Los perezosos viven al límite. Parecerá incongruente a quien haya pasado un rato largo observando a estos animales pachorrudos. Pero lo cierto es que, desde el punto de vista genético, los perezosos viven al borde de un precipicio biológico. Y es precisamente su parsimonioso estilo de vida el que les permite sobrevivir sin agitar demasiado la nitroglicerina genética que llevan dentro y que, de otro modo, podría matarlos, según las conclusiones de un estudio elaborado por un equipo de investigadores en los Países Bajos.
La opción de vida arriesgada de los perezosos consiste en saltarse una norma básica de los mamíferos. Todos, desde un ratón a una ballena, tienen siete vértebras cervicales; ni una más, ni una menos. Cada especie se arregla como puede, acortando las vértebras para un cuello corto, como en las ballenas, o alargándolas, como en las jirafas.
Pero como toda regla, la ley de las siete vértebras tiene sus excepciones. Los contestatarios cervicales son los perezosos y los manatíes o vacas marinas. Estos últimos se ciñen a seis vértebras cervicales, pero entre los primeros hay facciones: los perezosos de dos dedos, del género Choloepus, poseen de cinco a siete vértebras, mientras que sus primos de tres dedos, del género Bradypus, tienen ocho o nueve.
Entender el porqué de esta norma de los mamíferos y los motivos de los forajidos que viven de espaldas a ella es uno de los objetivos de la bióloga evolutiva del desarrollo Frietson Galis, del Centro Holandés para la Biodiversidad NCB Naturalis, en Leiden. Y para comprenderlo, nada mejor que fijarse en las excepciones. "En humanos, las anomalías en las vértebras cervicales no vienen solas, sino que se asocian a riesgo de muerte fetal y problemas neuronales expone Galis, y en los que sobreviven, otro de los efectos secundarios es el cáncer infantil". "Esto nos enseña que es difícil cambiar el patrón de vértebras cervicales sin cambiar más cosas", concluye Galis.
Y, sin embargo, perezosos y manatíes viven y medran sin que su rebeldía cervical se lo impida. ¿Por qué a ellos no les afecta? Para responder a esta pregunta, es necesario entender cómo eluden la ley. Galis apunta que, según la hipótesis tradicional, se trataría de alteraciones llamadas homeóticas, que afectan a la organización general del cuerpo y que fueron descritas en 1894 por el inventor del término genética, William Bateson. Décadas después se descubriría que estos planos maestros del desarrollo se guardan en unos genes especiales, los Hox.
Hay una segunda posibilidad, señala la bióloga española Irma Varela-Lasheras, que ha trabajado en el proyecto en el laboratorio de Galis y encabeza el estudio publicado en la revista EvoDevo. La científica precisa que, más recientemente, un equipo en EEUU propuso que perezosos y manatíes sufren "un cambio en la coordinación de los sistemas que controlan, respectivamente, la región torácica y la cervical". De alguna manera, el dominio torácico daría un golpe de estado sobre el cervical o viceversa sometiendo a algunas de sus vértebras, que no cambiarían de identidad, pero sí de bando. "Según esta teoría, no habría otros efectos sobre el desarrollo", apunta Varela-Lasheras. Así pues, el camino estaba claro: "Había que hacer puzles con los esqueletos, estudiar muchos especímenes y compararlos".
Los investigadores rastrearon colecciones en varios museos europeos, y los huesos revelaron una sorpresa: bajo su facha de buena salud, tanto perezosos como manatíes escondían anomalías en su arquitectura esquelética, "como hemivértebras, fusiones y asimetrías, como ocurre en los ratones mutantes en Hox", explica la española. "En los perezosos de tres dedos, las nueve vértebras eran claramente cervicales; este cambio de identidad apunta a Bateson", añade.
Pero siendo así, ¿por qué perezosos y manatíes no mueren abatidos por sus malformaciones o por el cáncer? "Es una hipótesis que estamos verificando", dice Galis, "pero creemos que es justamente por su lentitud: la baja tasa metabólica los protege del cáncer, y la escasa actividad les evita daños, como ciertos síndromes de compresión neurovascular".
La estrategia de perezosos y manatíes logra eludir una imposición evolutiva en los mamíferos. Cabe preguntarse qué sentido tiene, en comparación con otros animales que no han legislado sobre el número de vértebras cervicales; un pato tiene 16, y el elegante cuello del cisne contiene entre 22 y 25. "Es el precio de una maquinaria compleja reflexiona Varela-Lasheras, pero sí, es una limitación; no hay más que observar lo que tienen que hacer las jirafas para beber".
La opción de vida arriesgada de los perezosos consiste en saltarse una norma básica de los mamíferos. Todos, desde un ratón a una ballena, tienen siete vértebras cervicales; ni una más, ni una menos. Cada especie se arregla como puede, acortando las vértebras para un cuello corto, como en las ballenas, o alargándolas, como en las jirafas.
Pero como toda regla, la ley de las siete vértebras tiene sus excepciones. Los contestatarios cervicales son los perezosos y los manatíes o vacas marinas. Estos últimos se ciñen a seis vértebras cervicales, pero entre los primeros hay facciones: los perezosos de dos dedos, del género Choloepus, poseen de cinco a siete vértebras, mientras que sus primos de tres dedos, del género Bradypus, tienen ocho o nueve.
Entender el porqué de esta norma de los mamíferos y los motivos de los forajidos que viven de espaldas a ella es uno de los objetivos de la bióloga evolutiva del desarrollo Frietson Galis, del Centro Holandés para la Biodiversidad NCB Naturalis, en Leiden. Y para comprenderlo, nada mejor que fijarse en las excepciones. "En humanos, las anomalías en las vértebras cervicales no vienen solas, sino que se asocian a riesgo de muerte fetal y problemas neuronales expone Galis, y en los que sobreviven, otro de los efectos secundarios es el cáncer infantil". "Esto nos enseña que es difícil cambiar el patrón de vértebras cervicales sin cambiar más cosas", concluye Galis.
Y, sin embargo, perezosos y manatíes viven y medran sin que su rebeldía cervical se lo impida. ¿Por qué a ellos no les afecta? Para responder a esta pregunta, es necesario entender cómo eluden la ley. Galis apunta que, según la hipótesis tradicional, se trataría de alteraciones llamadas homeóticas, que afectan a la organización general del cuerpo y que fueron descritas en 1894 por el inventor del término genética, William Bateson. Décadas después se descubriría que estos planos maestros del desarrollo se guardan en unos genes especiales, los Hox.
Hay una segunda posibilidad, señala la bióloga española Irma Varela-Lasheras, que ha trabajado en el proyecto en el laboratorio de Galis y encabeza el estudio publicado en la revista EvoDevo. La científica precisa que, más recientemente, un equipo en EEUU propuso que perezosos y manatíes sufren "un cambio en la coordinación de los sistemas que controlan, respectivamente, la región torácica y la cervical". De alguna manera, el dominio torácico daría un golpe de estado sobre el cervical o viceversa sometiendo a algunas de sus vértebras, que no cambiarían de identidad, pero sí de bando. "Según esta teoría, no habría otros efectos sobre el desarrollo", apunta Varela-Lasheras. Así pues, el camino estaba claro: "Había que hacer puzles con los esqueletos, estudiar muchos especímenes y compararlos".
Los investigadores rastrearon colecciones en varios museos europeos, y los huesos revelaron una sorpresa: bajo su facha de buena salud, tanto perezosos como manatíes escondían anomalías en su arquitectura esquelética, "como hemivértebras, fusiones y asimetrías, como ocurre en los ratones mutantes en Hox", explica la española. "En los perezosos de tres dedos, las nueve vértebras eran claramente cervicales; este cambio de identidad apunta a Bateson", añade.
Pero siendo así, ¿por qué perezosos y manatíes no mueren abatidos por sus malformaciones o por el cáncer? "Es una hipótesis que estamos verificando", dice Galis, "pero creemos que es justamente por su lentitud: la baja tasa metabólica los protege del cáncer, y la escasa actividad les evita daños, como ciertos síndromes de compresión neurovascular".
La estrategia de perezosos y manatíes logra eludir una imposición evolutiva en los mamíferos. Cabe preguntarse qué sentido tiene, en comparación con otros animales que no han legislado sobre el número de vértebras cervicales; un pato tiene 16, y el elegante cuello del cisne contiene entre 22 y 25. "Es el precio de una maquinaria compleja reflexiona Varela-Lasheras, pero sí, es una limitación; no hay más que observar lo que tienen que hacer las jirafas para beber".
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2 comentarios:
Qué interesante...todo tiene su explicación!Una cosa...¿y porqué se bañan tan poco estos bichos?
Me ha divertido mucho la entrada, sobre todo lo de la rebeldía cervical, genial. Y es verdaderamente interesante. Se me ocurren más casos de estructuras que cambian radicalmente y requieren muchas adaptaciones morfológicas simultáneas para que el animal pueda vivir, aunque no sean modificaciones en un número fijo de vértebras; ejemplo nçumero uno el espiráculo de los cetáceos.
A propósito del comentario de S, los perezosos no suelen bañarse muy a menudo, y menos con gel, lo cual tampoco se puede considerar especificamente como menosprecio de los hábitos higiénicos, ya que los gatos tampoco, y se les consideran limpios. Pero sí que se les ha filmado nadando.
A mi personalmente los perezosos me parecen el grupo de mamíferos más extraño de todos; y mira que los mamíferos dan para extravagancias morfológicas.
Un saludo.
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