La sentencia fue clara para un oso que durante un año le hizo la vida imposible a un apicultor.
El criminal fue encontrado culpable de robar y causar daños a la propiedad del colmenero que durante un año se dedicó a merodear y quitarle su preciada miel.
El hombre hizo de todo para ahuyentar al merodeador. Compró un generador, iluminó toda la zona. Y en un intento desesperado llegó a poner la estridente música turbo-folk de Macedonia a todo volumen con tal de que el animal se mantuviera a distancia.
Pero el oso, paciente, esperaba a que el generador se quedara sin poder y la música se silenciara para atacar las colmenas y comerse la miel.
Claro, no contaba que a él también le cae el peso de la ley.
Se presentaron cargos en contra del animal y fue citado a un tribunal. Pero el oso, desafiante, no se presentó.
Su actitud, antes que ablandar al juez, lo endureció y lo declaró culpable de robar y causar daños criminales.
El oso, que carece de dueño humano, permanece en la fuga en algún paraje de Macedonia, dejando al Estado con la responsabilidad de indemnizar al apicultor.
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