Monika trabajó en el ballet Mariinsky de San Petersburgo, el antiguo Kirov. Durante su vida profesional solo desempeñó un papel. Pero lo hizo con una precisión cuadrúpeda casi legendaria.
El ballet Don Quijote, de León Minkus, no se parece mucho a la prosa de Cervantes. No pretende filosofar ni satirizar las andanzas de un caballero ingenuo y soñador.
La gracia del Quijote del tablado ruso está en la música de Minkus, uno de los grandes violinistas vieneses de finales del siglo XIX y la coreografía del francés Marius Petisa.
Las danzas de los toreadores y los gitanos, las escenas de carnaval en el Puerto de Barcelona, las andanzas simplonas del Quijote y Sancho, todo esto requiere de una técnica exquisita.
Y es aquí donde está el arte de Rucio, el burro de Sancho, que en el caso del Mariinsky es Monika, su nombre real y artístico.
Porque la burra del escudero tiene que saber entrar al escenario sin mayores empujones, tiene que ignorar la música, moverse sin inquietarse entre bailarinas y danzantes y desplazarse por las comarcas artificiales del tablado sin llamar la atención.
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