Hace tan sólo cuatro años, cuando la especie se asomó al colapso y se convirtió para los ecologistas en algo así como el lince ibérico de los mares, habría sido impensable. Pero en junio será realidad. Una de las empresas que más atunes rojos captura en la UE, el Grupo Balfegó, comenzará entonces el Tuna Tour, una "apertura total" a los turistas de sus instalaciones en L'Ametlla de Mar (Tarragona), explican.
Dicen que no habrá secretos: por 50 euros, los visitantes llegarán en catamarán a las jaulas donde se engordan los atunes en alta mar, nadarán entre ellos y verán cómo un buzo les dispara en la cabeza con el equivalente submarino de una escopeta del calibre 12. También serán testigos de cómo se les corta la cabeza con una sierra eléctrica y cómo se procesa su carne para, en su mayor parte, enviarla a Japón, donde en un par de días está en los restaurantes servida como sushi o sashimi.
En la lonja de Tokio, el precio del kilogramo de atún rojo pescado en las costas catalanas supera los 30 euros. Y cada ejemplar, como un toro, puede alcanzar los 600 kilogramos. Los beneficios de la empresa catalana rebasan en la actualidad los tres millones de euros cada año.
Para los ecologistas, el tour es "un circo", como critica Sebastián Losada, asesor de pesca para Greenpeace Internacional. Para el director general del Grupo Balfegó, Juan Serrano, es simplemente "un ejercicio de transparencia absoluta". Los pescadores ya han ganado la llamada guerra del sushi en los despachos, al parar un intento de Mónaco para que la pesca se regulara por el convenio CITES, el mismo que prohíbe el comercio internacional con tigres o águilas imperiales, pero ahora también quieren ganar la batalla de la propaganda.
Como explica Josu Santiago, presidente del comité científico del ICCAT, la organización intergubernamental que regula su pesca, la gestión del atún rojo es "el ejemplo de un gran fracaso", al menos hasta 2007. Entonces, los científicos recomendaron una captura de 15.000 toneladas. La Comisión Europea les ignoró y permitió sacar de los mares 29.500 toneladas. Los pescadores, finalmente, y de manera ilegal, capturaron unas 61.000 toneladas, provocando un movimiento internacional para prohibir la pesca del atún rojo.
El Grupo Balfegó se encontró entonces en el punto de mira de las ONG conservacionistas. La empresa gestiona cuatro de los seis barcos cerqueros que hay en España y compra las capturas de otros tres buques franceses. Mueve más de 600 toneladas cada año. Según describe el propio presidente de la compañía, Pere Balfegó, la empresa funciona "como una escuadra militar".
Salen en comando cuando se abre la veda, el 15 de mayo. Durante un mes, apoyados por sondas, radares y sónares, persiguen los cardúmenes de atún rojo, en una actividad que recuerda más a la caza que a la pesca. Una vez localizado el enemigo, cada barco, como un compás, traza una circunferencia soltando una red de 1,8 kilómetros de perímetro y hasta 150 metros de profundidad que encierra a los peces.
Otros ocho barcos de apoyo remolcan ocho jaulas flotantes, en las que viajarán los atunes hasta las instalaciones de engorde, en L'Ametlla de Mar. Allí, a unas tres millas del "casco de romano", como llaman los vecinos al reactor nuclear de Vandellós 2, vivirán durante un año, a la espera de que alcancen un peso adecuado y haya buenos precios en las subastas de la lonja de Tokio.
El Tuna Tour, presentado en un viaje para la prensa pagado por el Grupo Balfegó, será un intento de convencer al público de que todo ha cambiado y el atún rojo ya no está amenazado. "En una ocasión, en un restaurante, escuché a un cliente rechazar un plato de atún rojo porque decía que está en peligro de extinción, y no es así", narra Balfegó.
Dicen que no habrá secretos: por 50 euros, los visitantes llegarán en catamarán a las jaulas donde se engordan los atunes en alta mar, nadarán entre ellos y verán cómo un buzo les dispara en la cabeza con el equivalente submarino de una escopeta del calibre 12. También serán testigos de cómo se les corta la cabeza con una sierra eléctrica y cómo se procesa su carne para, en su mayor parte, enviarla a Japón, donde en un par de días está en los restaurantes servida como sushi o sashimi.
En la lonja de Tokio, el precio del kilogramo de atún rojo pescado en las costas catalanas supera los 30 euros. Y cada ejemplar, como un toro, puede alcanzar los 600 kilogramos. Los beneficios de la empresa catalana rebasan en la actualidad los tres millones de euros cada año.
Para los ecologistas, el tour es "un circo", como critica Sebastián Losada, asesor de pesca para Greenpeace Internacional. Para el director general del Grupo Balfegó, Juan Serrano, es simplemente "un ejercicio de transparencia absoluta". Los pescadores ya han ganado la llamada guerra del sushi en los despachos, al parar un intento de Mónaco para que la pesca se regulara por el convenio CITES, el mismo que prohíbe el comercio internacional con tigres o águilas imperiales, pero ahora también quieren ganar la batalla de la propaganda.
Como explica Josu Santiago, presidente del comité científico del ICCAT, la organización intergubernamental que regula su pesca, la gestión del atún rojo es "el ejemplo de un gran fracaso", al menos hasta 2007. Entonces, los científicos recomendaron una captura de 15.000 toneladas. La Comisión Europea les ignoró y permitió sacar de los mares 29.500 toneladas. Los pescadores, finalmente, y de manera ilegal, capturaron unas 61.000 toneladas, provocando un movimiento internacional para prohibir la pesca del atún rojo.
El Grupo Balfegó se encontró entonces en el punto de mira de las ONG conservacionistas. La empresa gestiona cuatro de los seis barcos cerqueros que hay en España y compra las capturas de otros tres buques franceses. Mueve más de 600 toneladas cada año. Según describe el propio presidente de la compañía, Pere Balfegó, la empresa funciona "como una escuadra militar".
Salen en comando cuando se abre la veda, el 15 de mayo. Durante un mes, apoyados por sondas, radares y sónares, persiguen los cardúmenes de atún rojo, en una actividad que recuerda más a la caza que a la pesca. Una vez localizado el enemigo, cada barco, como un compás, traza una circunferencia soltando una red de 1,8 kilómetros de perímetro y hasta 150 metros de profundidad que encierra a los peces.
Otros ocho barcos de apoyo remolcan ocho jaulas flotantes, en las que viajarán los atunes hasta las instalaciones de engorde, en L'Ametlla de Mar. Allí, a unas tres millas del "casco de romano", como llaman los vecinos al reactor nuclear de Vandellós 2, vivirán durante un año, a la espera de que alcancen un peso adecuado y haya buenos precios en las subastas de la lonja de Tokio.
El Tuna Tour, presentado en un viaje para la prensa pagado por el Grupo Balfegó, será un intento de convencer al público de que todo ha cambiado y el atún rojo ya no está amenazado. "En una ocasión, en un restaurante, escuché a un cliente rechazar un plato de atún rojo porque decía que está en peligro de extinción, y no es así", narra Balfegó.
¿Y tú, qué opinas al respeto?
2 comentarios:
Qué fuerte! A ver si viendo la gente cómo sufren los pobres atunes se mentalizan y dejan de consumir.
Miazuldemar: Ojalá fuera ese el resultado pero mucho me temo que, siendo la que es nuestra fiesta nacional, no va a ser así. Más bien al contrario...
Saludos.
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